Haciendo uso de una palabra inventada (no por mí) en el título, y que nunca había tenido oportunidad de emplear adecuadamente, les cuento algo que me fue relatado hace apenas un par de horas, y que me hizo sonreír un buen rato.
Ultimamente suelo tomar un remise para volver a casa. He recopilado historias de remiseros como para escribir un libro. Desde el "equino exhausto" (sic) citado por alguno, a la amigable conversación en la cual yo me encuentro explicando el descubrimiento viso-casual de la penicilina (porque la contaminación de la muestra habrá sido accidental, pero sólo una mirada abierta a lo nuevo puede vislumbrar la potencialidad curativa de una casualidad).
Por supuesto, el remisero comparó mi explicación con otro "descubrimiento casual" no menos importante para la humanidad: el del Viagra.
Pero resulta que hoy no había ya autos en la remisería de confianza, y hube de pedir un radiotaxi.
El taxista, simpático y conversador como pocos, en otros tiempos mecánico de una importante empresa automotriz (lo digo para que imaginen con qué bueyes araba...), jubilado hace varios años, me contó más o menos lo siguiente:
Allá por julio del 2006, cuando tuvo lugar en Buenos Aires la caída de granizo que hizo estragos en autos y hogares, avecinándose ya la tormenta (y atormentándose la vecina), sube a su taxi una señora mayor (aunque menor que el taxista), elegante y fina, usuaria de un lujoso bastón, pero ya desde el comienzo no muy bien avenida... Llamémosla, para el relato, Pura Histeria (Viuda) de Morales.
El taxista de marras (a quien en adelante llamaré Indómito Mecánico) le advirtió que, si bien la conduciría a su destino, en caso de comenzar la granizada él buscaría una estación de servicio o un lugar donde obtener reparo inmediato y temporal para su automóvil recién adquirido.
Dicho y hecho: comienza la celeste, gélida agresión y el taxista realiza una evaluación rápida de la mejor estrategia a seguir: a una cuadra, una estación de servicio donde ya están agolpándose los autos en busca de refugio. Prácticamente unos metros delante del auto... la playa de estacionamiento... de un albergue transitorio.
Enfila el auto hacia el ingreso. La Sra. Pura Histeria comienza a gritar como desaforada.
-- No sé si era del susto o del entusiasmo -- me comenta el taxista con picardía, mientras relata que intenta explicar a Doña Pura los motivos de su maniobra. Ella parece no escucharlo; sí, en cambio, el "recepcionista" de la playa, quien gentilmente le cede un lugar a un costado del ingreso.
Minutos después, concluido el peligro de la granizada, don Indómito sale del estacionamiento con el auto en perfecto estado, y conduce a doña Pura hasta su destino.
Días después, es notificado de una denuncia civil, que él cree en principio le fue dirigida por error, hasta que recibe un llamado telefónico parecido al siguiente:
-- Soy el abogado de la parte demandante. Se lo demanda por privación ilegítima de la libertad y daño moral, por una suma de 20.000 pesos. ¿Mi nombre? Dr. Córvido Morales, hijo de la demandante.
Momento de incertidumbre y trepidación del taxista Indómito, seguido por una llamada al dueño de la empresa que dejó al jubilarse,
-- No te preocupes, Indómito, y andá a hablar ya mismo con nuestro abogado, el Dr. Impiadoso Leguleyo (quien leyó la demanda a las carcajadas e, ipso capot, inició una contrademanda).
A los pocos días, una nueva llamada del Dr. Morales:
-- Tal vez mamá exageró, o interpretó mal la situación... Le pido mil disculpas en nombre de ella... Y si es posible volver a foja cero...
Indómito responde:
-- Ya no está en mis manos..
La hago corta: el Dr. Leguleyo y don Indómito Mecánico terminaron recibiendo, cada uno, una suma similar a la originalmente pedida por el hijo de Pura Histeria.
Indómito me cuenta, finalmente:
-- Ese dinero me quemaba en las manos, pero al mismo tiempo pensé: "Así, se le van a acabar las ganas al Hijo de Pura de andar especulando con sacarle plata a un pobre, viejo e ignorante taxista..."
Yo aún me río.
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